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Hace años no me sabía feminista. Hoy me reconozco. Ser mexicana significa mirar sobre tu hombro cuando caminas por la calle porque no sabes cuándo un hombre puede estar siguiendo. ¿Cuáles son sus intenciones?
Ayer fue 8 de marzo, me encuentro en Croacia y recibí felicitaciones. Una vez más sentí frustración por la ceguera que muchas personas tienen respecto a los derechos de las mujeres y por qué aún se lucha y resiste. En el centro de la ciudad hubo quien regaló flores a las transeúntes. Me sentí triste. No quise salir de la cama durante largas horas. Vi en Instagram y Facebook las publicaciones de ellas que luchaban en México, Argentina, Colombia, etc. Me sentí desubicada. Me sentí triste. ¿Cómo explicarle a las mujeres aquí que se vive diferente en Latinoamérica? Cómo decirles que aún miro sobre mi hombro cuando camino sola, aunque he comenzado a hacerlo solo por las noches. Una amiga, me invitó a tomar café con ella y otras amigas, le conté que me sentía desmotivada. Me dijo que podría sentirme mejor entre otras mujeres y que era el día de la mujer. Honestamente debo admitir que me invitó desde las primeras horas del día y acepté hasta casi las 6 de la tarde. No sentía antes la necesidad de ver otras personas. Entendí que venía desde un lugar de generosidad. Me animé a ir.
Llegué a un lugar extremadamente feminino en los roles canónicos, muy floreado y decorado con tonos pastel. Un café bonito en el centro de la ciudad donde la mayoría éramos mujeres. Había un par de hombres, con sus parejas e infantes. Me sentí rara pero sabía que no podía encerrarme en mi tristeza. Después de unos minutos de hablar de cualquier cosa, una de ellas comentó algo que le había pasado el año pasado, un hombre se interpuso en su camino mientras corría y le mostró sus genitales, después subió a un auto y continuó siguiéndola un rato. Otra de ellas comentó que una noche un auto la siguió mientras caminaba a casa. Y la última comentó que en la ciudad donde vivió un tiempo, en Alemania, en las noches hay un acuerdo tácito en el que si una mujer está caminando sola en la calle y un hombre también va caminando, se cambia de acera para no caminar detrás de ella. Si lo desea puede regresar a la acera donde iba pero enfrente de ella, de esa forma ella puede verlo. Ellas habían experimentado estas cosas. Estos comentarios encendieron mi interior. No estaba sola. Hablamos más al respecto de la necesidad de un cambio, de poder salir solas sin preocupaciones, de la equidad que aún no se ha alcanzado.
Somos muchas, estamos en todos lados y no estamos solas. Aún tengo miedos, pero tengo tantas ganas de encontrar mejores espacios para las mujeres adultas, las mujeres jóvenes, niñas que están creciendo y las que nacerán que necesito alzar la voz. No estamos solas, no voy a volver a permitir abusos. El mundo cambia cuando cambiamos, para cambiar habrá que intentar y volver a intentar. Somos mucho más que magia y encanto. Somos lo que queramos ser. ¡A vivir, queridas! ¡Que estamos hartas de no hacerlo! Por lo pronto, me reconozco y aprendo a hablar de lo que necesito. Gracias a todas las que han leído, mujeres, “calladitas no nos vemos”. Nuestra voz es poderosa.